
El vértigo
de este mundo,
horas voraces
que se van comiendo por los pies
el esqueleto triste del tiempo.
Es de noche y el ciempiés
atraviesa la arboleda
sumido en sus tribulaciones.
Y aunque subirá las escaleras mecánicas
que conducen a los barrios degradados
de la luna,
no podrá escapar de la lechuza transparente.
Esa es la zoología que me enseñaron
en la escuela,
cruel y repentina,
lanzada sin contemplaciones
por los colectores del arco iris.
El tiempo es el domador alcohólico
que lleva menos de un segundo sin probar gota,
y que pierde a sus leones
por los rincones ciegos de su carromato.
Esa zoología
se esparce por los trigales
en forma de lenta carnicería,
y es la que nos explicaban al calor
blasfemo de un confesionario.
El tiempo se empeña en desvirtuar la razón
y no cesa de parir mártires que comen hierba,
abandonados a su suerte.
Sólo el fuerte sobrevive.
En lo alto de la pirámide alimenticia
donde no llega el tiempo,
se yergue pretencioso
un sacristán crucificado...
Roberto Ruiz Antúnez