Creciste devorando miradas ajenas.
Y la suerte te sonríe, mi perversa,
mientras engulles sangre de otros;
su esforzada esencia transcrita,
grabas con tu nombre.
Es patético, perdona mi osadía,
marcar dolor extraño como propio,
orlar tus ojos con las lágrimas ausentes
de quienes sí conocen qué es tener un alma.
Podredumbre interna,
tienes el tinte del vacío filtrado en tu mirada.
Tu beso hueco es abandono,
mi princesa,
y en tu boca muerta mora lo anodino.
Calígula, te llamaré por siempre
Calígula!
-con la Fortuna por escudo
y la Discordia por Espada-,
innoble matriarca.
Nunca olvides lo que fuiste
que es nada
ni lo que eres
una imitación de la tragedia.
Te recordará el espejo en su silencio
la terrible verdad:
cada latido robado
es inanición
devorando siempre más, y de continuo
el vano intento de saciar tu nada.
¡Qué inútil!.
Como una maldición antigua
grabada en la perversidad de Babilonia
escucha el eco de los dioses que te velan:
goza de este banquete de entrañas,
porque sólo conocerás el hambre.
ISABEL REVUELTA GARCÍA